A tan solo 700 metros del kilómetro cero encontramos este espacio verde en el que robles y castaños, dos de las especies más representativas de Galicia, conviven de manera ordenada.
Cuando llega la primavera varios matices de verde coronan sus copas, a ellas vienen a buscar cobijo torcazas o pegas marzas. En el verano proporcionan agradable sombra. En el otoño los colores, en este caso ocres, amarillos y marrones vuelven a llamar nuestra atención, la lluvia de hojas, de castañas y bellotas que poco a poco van alfombrando el suelo también. Después de esto llega el invierno, y por entre las ramas desnudas los rayos del sol llegan hasta el suelo.
En uno de los extremos del robledal hay un pequeño parque infantil. En el extremo opuesto nos encontramos una enorme mesa de piedra de más de 30 metros de largo, y un conjunto de esculturas que le dan un aire mágico a este aplacible área.
