En el centro de una fuente de base triangular redondeada, en los vértices, sobre una roca que echa agua, se sitúa una pareja de caballos rampantes. El autor acostumbra a darle a sus esculturas un apoyo mínimo con el fin de que parezca que se despegan del suelo. Con ese objeto, ayudados de una anatomía exagerada, cada una de estas bestias se sostiene, solamente, en una de sus patas traseras, a pesar de que uno de ellos también precisa afirmar la cola en la roca. Uno de los equinos alza totalmente su cuerpo, curvando cuello y cabeza hacia atrás, en una trayectoria que tienta a la verticalidad. Su compañero le posa en el lomo una pata delantera y, a pesar de que el título y las posturas nos dicen que estamos ante una lucha, desde alguno de los puntos de vista de esta escultura, parece que se tratase de una danza. Estos animales salvajes agitan sus cuerpos en una exhibición de fuerza y enfrentamiento, en la misma línea de la obra que había hecho para la Plaza de España en Vigo. El escultor, fascinado por el mundo de los caballos que monta, cría y admira desde joven, llega a convertir esta pasión en el eje temático principal de su obra. Esta fuente, emplazada en una encrucijada de la villa, recalca el fuerte vínculo que une, a través de la historia, los caballos con las tierras de Lalín. La “Feria del Viento” que se celebraba en la comarca cada mes de abril, o la existencia de la “Irmandad de los Caballeros de Deza” son testimonios palpables de este vínculo.
(Texto: Alicia Fernández Dapena)