Colocada sobre una gran piedra redonda encontramos esta madre sentada, amamantando a su recién nacido mientras su otro hijo la coge, sin dejarnos ver su cara.
La mujer, de largo cabello recogido en trenza, parece pensativa y su indumentaria es bien sencilla: zuecos, falda larga, y una camisa que destapa con orgullo uno de sus generosos pechos.
Es bien sencillo reconocer en estas formas redondeadas por el cantero, la figura de la matriarca gallega, tan sobria y fuerte como la escultura en sí.. Generosa y protectora como en aquella lejana historia de Rómulo y Remo. El maestro seguro que, intentando rendir homenaje a todas las madres gallegas, pensaba en la suya que no llegó a conocer.
Cabe destacar que, gracias al color caprichoso de una veta del granito, el niño, que está desnudo, presenta una hermosa piel rosada.
(Texto: Alicia Fernández Dapena)